La tortuga se sentía un ser extraordinario. Siempre se daba pavo afirmando: – El elefante, el hipopótamo y yo somos amigos íntimos, porque nos igualamos en fuerza y somos los más poderosos.
Estas fanfarronerías llegaron a oídos del elefante y del hipopótamo.
– ¡Que tontería!, – se reían-. ¿Esta mingurrias quiere ser tan fuerte como nosotros? ¡Que broma tan mala!
La tortuga se enfadó mucho cuando le dijeron lo que pensaban aquellos dos. – ¡Me desprecian por ser más pequeña! Les voy a demostrar que me puedo comparar con ellos.
Y se fue a verlos.
Al elefante lo encontró en el bosque. Estaba echado en el suelo, con su trompa de ocho millas, sus orejas tan espaciosas como una casa y sus pies como cuatro columnas de hierro. La tortuga se le acercó gritando:
– ¡Hola, amigo! Esta tortuga viene a visitarte. ¡Levántate y salúdame como es debido!
El elefante la miró asombrado. Primero no vio nada, pero después descubrió la diminuta tortuga. – ¡Por favor! ¿A quién llamas amigo?
– A ti, te llamo amigo. ¿Quién otro puede ser mi amigo sino el elefante poderoso?
– ¡No te excedas! No soy tu amigo, ‑contestó el elefante enfadado-. ¿Y además qué cuento es ese de decir por todas partes que eres tan fuerte como yo? ¡Que broma tan mala!
– Es que yo soy tan fuerte como tú, ‑contestó la tortuga-. La fuerza no depende del tamaño del cuerpo. Si no me lo crees, vamos a hacer la prueba. Mañana mismo podemos organizar “un tira y afloja”. Ya verás que puedo igualarte.
– ¡No me digas! Te podría hacer polvo de una sola patada.
– Ya veo. Eres tal vez demasiado cobarde para someterte a una prueba.
El elefante no pudo soportar la humillación y consintió de mala gana.
– Está bien, ‑explicó la tortuga-. Quien arrastre al otro hacia su lado, ese será el más fuerte. Si ninguno de los dos puede con el otro, entonces quedará claro que somos iguales en fuerza y nos podemos llamar amigos.
La tortuga se apartó un poco y cortó una liana extremadamente larga. Le entregó un extremo al elefante y le dijo:
– Mañana, por la mañana, cuando yo tire del otro extremo, tu tirarás del tuyo y veremos quién es el más fuerte.
A continuación la tortuga se fue con el otro extremo de la liana al río, donde vivía el hipopótamo. Éste estaba tomando un baño yla tortuga le llamó: – ¡Hola, amigo! Esta tortuga viene a visitarte. Sal del agua y salúdame como es debido.
El hipopótamo subió a la orilla enfadado: – ¡Por favor! ¿A quién llamas amigo?
– A ti, te llamo amigo. ¿A quién otro ves por aquí?, ‑contestó la tortuga-.
– ¡No te excedas! No soy tu amigo, ‑contestó el hipopótamo enfadado-. ¿Y además qué cuento es ese de decir por todas partes que eres tan fuerte como yo? ¡Que broma tan mala!
– ¿Tú crees que yo tengo miedo de tu tamaño? Estoy segura que tenemos la misma fuerza. La fuerza no depende del tamaño del cuerpo. Si no me lo crees, vamos a hacer una prueba. Mañana por la mañana organizamos un tira y afloja. Quien arrastre al otro hacia su lado, será el más fuerte. Pero si nadie consigue superar al otro, entonces seremos iguales en fuerza y nos podremos llamar amigos.
Al hipopótamo le parecía una idea ridícula. Estaba seguro de que era más fuerte que aquella pigmea a quien no dudaría en darle una lección. Y por eso consintió.
Así, la tortuga le entregó el otro extremo de la liana explicando: – Cuando tu extremo se mueva mañana por la mañana, sabrás que yo estoy lista en el otro lado. Entonces empieza a tirar. Tiraremos cada uno de su lado, hasta que la lidia se decida.
A la mañana siguiente la tortuga se acercó a la liana y la sacudió exactamente en su mitad, entre el elefante y el hipopótamo. El elefante agarró su extremo con la trompa, el hipopótamo cogió el suyo entre los dientes y la lucha empezó.
Cada uno tiraba con toda fuerza de la liana, que se ponía tensa. A veces ganaba un poco el elefante, otras era el hipopótamo quien progresaba, pero ninguno de los dos consiguió arrastrar al otro de su lado.
La tortuga se reía observando la tensa liana, y mientras seguían tirando se fue a buscar comida dejando que continuase la lucha de aquellos dos tontos. Se llenó la barriga y se echó una siesta.
Por la tarde comprobó otra vez cómo estaba la liana. Seguía tendida, una vez corrida hacia un lado, otra vez corrida hacia el otro, continuando la lucha sin descanso.
Entonces la tortuga cortó la liana mordiéndola con sus agudos dientes. El elefante en un extremo y el hipopótamo en el otro se cayeron estrepitosamente de culo.
Con la liana rota en la mano, la tortuga se acercó al elefante que frotaba tristemente su pierna dolorida. – ¡Hola, tortuga!,-le saludó-. Nunca me habría imaginado la fuerza que tienes. Cuando la liana se rompió me caí y me hice daño en la pierna. Parece tenemos la misma fuerza. ¡Cuánta razón tienes! La fuerza no depende del tamaño del cuerpo.
La tortuga estaba contentísima y se fue a ver al hipopótamo, que tenía aspecto de encontrarse mal y balanceaba con cuidado su magullada cabeza. Le dijo: – ¿Quién se habría imaginado esto? Nos igualamos en fuerza, tortuga. Tiraba y tiraba y no llegué a arrastrarte hacia mi lado, y eso que soy mucho más grande. ¡Cuánta razón tienes! La fuerza no depende del tamaño del cuerpo.
Y desde entonces los tres se hicieron amigos íntimos y en las discusiones siempre se sentaban juntos en los sitios más destacados.
¿Entonces, será verdad que la tortuga es tan fuerte como el elefante o el hipopótamo?
Adaptación de un cuento africano en: Alta Jablow, Yes and No. Dilemmatales, proverbs and Stories of love and adult riddles, New York 1961, pp. 95-98
Dibujos Horst Rudolph