El dedo sangriento

Mi ami­go Rober­to es una per­so­na des­gra­cia­da. Todo le sale mal. El otro día por ejem­plo, qui­so coser un agu­je­ro en su gorra, y cla­ro está, se pin­cha el dedo con la agu­ja. Fue asus­ta­do: Gotas de san­gre caye­ron de su dedo. Tenía que hacer algo, para parar la sangre.

¿Y que hizo mi ami­go Rober­to?
Se fue al taller de auto­mó­vi­les y pre­gun­tó: ¿Por favor, no me podéis poner una ven­ta a mi dedo san­grien­to?
– Con gus­to, con­tes­tó el mecá­ni­co, pero mis dedos están sucios. ¡Bús­ca­me pri­me­ro un tro­zo de jabón!

¿Y que hizo mi ami­go Rober­to?
Se fue al alma­cén de elec­tro­do­més­ti­cos y pre­gun­tó al emplea­do: – ¿Por favor, no me podéis dar un tro­zo de jabón, para que el mecá­ni­co me pon­ga una ven­ta a mi dedo san­grien­to?
– Con gus­to, con­tes­tó el emplea­do, pero sabes que ten­go mucho dolor de cabe­za. ¡Bús­ca­me pri­me­ro una caji­ta de aspirina!

¿Y que hizo mi ami­go Rober­to?
Se fue a la igle­sia y pre­gun­tó al cura: – ¿Por favor, no me pue­de dar una caji­ta de aspi­ri­na, para que el emplea­do de elec­tro­do­més­ti­cos me de un tro­zo de jabón y el mecá­ni­co me pon­ga una ven­ta a mi dedo san­grien­to.
– Con gus­to, con­tes­tó el cura. – Sabes, que no encuen­tro mi abre­la­tas. ¡Bús­ca­me pri­me­ro un abrelatas!

 ¿Y que hizo mi ami­go Rober­to?
Se fue a una libre­ría y pre­gun­tó: – ¿Por favor, no me podéis ven­der un abre­la­tas, para que el cura me de una caji­ta de aspi­ri­na, el emplea­do de elec­tro­do­més­ti­cos me de un tro­zo de jabón y el mecá­ni­co me pon­ga una ven­ta a mi dedo san­grien­to?
– Con gus­to, con­tes­tó la libre­ra. Pero sabes, que per­dí el guar­da­ba­rros de mi bici­cle­ta. ¡Bús­ca­me pri­me­ro un guardaba­rros de bicicleta!

¿Y que hizo mi ami­go Roberto?

A seguir pre­gun­tan­do a los niños, adon­de Rober­to pre­gun­ta­rá por qué cosa. Cuan­do ya no siguen más, el narra­dor aca­ba con un epi­so­dio, en el cual Rober­to reci­be en fin todo lo que había pedi­do. Pero ¡ojo! Repi­tien­do la cade­na hay que repa­sar los epi­so­dios inven­ta­dos por los niños, que pue­den ayu­dar repasándolos.

Final­men­te mi ami­go Rober­to reci­bió todo lo que había pedido:

(Repa­san­do los últi­mos epi­só­dios) entre­gó un guar­da­ba­rros de bici­cle­ta a la libre­ra, un abre­la­tas al cura, una caji­ta de aspi­ri­nas al emplea­do de elec­tro­do­més­ti­cos y un tro­zo de jabón al mecánico.

 

Éste se lavó sus manos y le expli­có:
¡Escu­cha, chi­co! Un méca­ni­co sabe repa­rar auto­mó­vi­les , pero no sabe poner ven­tas a dedos sangrientos.

 

 

 

¡Que rabia le entró a mi ami­go Rober­to! Esta­ba corrien­do el día ente­ro y aún salían gotas de san­gre de su dedo. ¿Pero que pudo hacer?  Puso un pañue­lo a su dedo, para que se pare a sangrar.

Y si que­réis saber, cuan­to camino iba el pobre Rober­to, podéis seguir la man­chas de san­gre, que deja­ron las gotas de san­gre, que caían de su dedo, en la acera.

Todos los sitios se pue­den repa­sar al revés des­de el últi­mo has­ta el mecá­ni­co de automóviles.

 

 

Dibu­jos Horst Rudolph