Visita al circo

Eduar­do ado­ra­ba el cir­co, pero como vivía en el cam­po no hubo mucha oca­sión para ver­lo. Por eso estu­vo feliz, cuan­do sus abue­los, que vivían en la ciu­dad, le invi­ta­ron a visi­tar­los para ir con ellos al circo.

Pero hay que decir, que sus abue­los ya esta­ban vie­jos y gen­te vie­ja a veces ya no domi­na cier­tas cosas. El abue­lo oía mal, pero no qui­so admi­tir­lo y rehu­sa­ba de usar un audí­fono. – No, no me hace fal­ta. Lo que quie­ro oír, ya lo oigo! –
La abue­la por tan­to veía mal. Por col­mo tam­bién tenía mala memo­ria. Cuan­do ya esta­ban sen­ta­dos en el cir­co se dio cuen­ta que se había olvi­da­do sus gafas. Ya no que­dó tiem­po para vol­ver a casa y bus­car las gafas. Eduar­do esta­ba sen­ta­do entre los dos, el abue­lo a su dere­cha, la abue­la a su izquierda.

Con la músi­ca de entra­da entró el direc­tor del cir­co a la are­na cabal­gan­do sobre una jira­fa para salu­dar al públi­co. La abue­la no veía muy cla­ra­men­te lo que pasó y pre­gun­tó:
– ¡Escu­cha, Eduar­do! ¿por­qué este caba­llo tie­ne un cue­llo tan lar­go?
– Abue­la – le con­tes­tó Eduar­do, – es el direc­tor del cir­co, que cabal­ga sobre una jira­fa.
– Tie­nes razón – repli­có la abue­la. – Aho­ra lo veo también.

El abue­lo había oído algo, pero no enten­di­do bien.
Ape­nas se había mar­cha­do el direc­tor, pre­gun­tó: – ¿Qué aca­bas de decir, Eduar­do?
Y Eduar­do le expli­có: – Dije, que el direc­tor salu­dó al públi­co cabal­gan­do sobre una jira­fa.
– ¿Pero para qué me dices esto? – se que­jó el abue­lo. – Esto, ya lo he vis­to yo con mis pro­pios ojos.

Entre­tan­to había empe­za­do la fun­ción. Dos ele­fan­tes entra­ron a la are­na y a un sil­bi­do del domes­ti­ca­dor se pusie­ron sobre sus pier­nas tra­se­ras y bai­la­ron un vals.

– ¡Escu­cha, Eduar­do! – le pre­gun­tó la abue­la – ¿Por­qué estos dos gor­di­tos tie­nen las nari­ces tan lar­gos?
– Abue­la – le con­tes­tó Eduar­do, – Son ele­fan­tes, que ponen de pie y bai­lan un vals.
– Tie­nes razón – repli­có la abue­la. – Aho­ra lo veo también.

El abue­lo había oído algo, pero no bien enten­di­do.
Ape­nas los ele­fan­tes habían sali­do de la are­na, pre­gun­tó: – ¿Qué aca­bas de decir, Eduar­do?
Y Eduar­do le expli­có: –Dije, que eran ele­fan­tes, que se pusie­ron de pié y bai­la­ron un vals.-
– ¿Pero para qué me dices esto? – se que­jó el abue­lo. – Esto, ya lo he vis­to yo con mis pro­pios ojos.

Enton­ces Eduar­do esta­ba pen­san­do: ¿Qué está pasan­do aquí? ¿Debo duran­te toda la fun­ción expli­car al la abue­la lo, que se pasa en la are­na, y al abue­lo lo, que ha pasa­do? No, esto no me gusta.

 

Entre­tan­to, dos leo­nes habían entra­do a la are­na. El domes­ti­ca­dor dio un lati­ga­zo al aire y los leo­nes se sen­ta­ron sobre pla­ta­for­mas. Pues sacó un aro, lo encen­dió y los leo­nes sal­ta­ron por el aro ardien­te.
– ¡Escu­cha, Eduar­do! – le pre­gun­tó la abue­la – ¿Por­qué ponen fue­go a estos gatos?

¿Que ima­gi­náis, que Eduar­do va a expli­car a la abue­la?
¿Qué no sean gatos, sino leo­nes y que están sal­tan­do por un aro ardien­te? ¡Que va!

Escu­chad lo, que le expli­có: – Abue­la, son dos leo­nes, que encen­die­ron un aro y aho­ra el domes­ti­ca­dor está sal­tan­do por el aro ardien­te.
– Tie­nes razón – repli­có la abue­la. – Aho­ra lo veo también.

El abue­lo había oído algo, pero no bien enten­di­do.
Ape­nas los leo­nes habían sali­do de la are­na, pre­gun­tó: – ¿Qué aca­bas de decir, Eduar­do?
Y Eduar­do le expli­có: – Dije, que los leo­nes encen­die­ron un arco y el domes­ti­ca­dor sal­tó por el aro ardien­te.
– ¿Que me estás dicien­do? – se extra­ñó el abue­lo. – ¡Esto no es lo, que yo he vis­to con mis pro­pios ojos!

 

Entre­tan­to una tra­pe­cis­ta había entra­do subien­do por una esca­la de cuer­da has­ta el techo del tol­do. Allí aga­rró un tra­pe­cio y bas­cu­la­ba por ade­lan­te y por atrás, final­men­te lo sol­tó para actuar dos sal­tos mor­ta­les por el aire aga­rrán­do­se a otro tra­pe­cio.
– ¡Escu­cha, Eduar­do! – le pre­gun­tó la abue­la – ¿Qué pája­ro mas raro está volan­do por el circo?

¿Que os ima­gi­náis, que Eduar­do va a expli­car a la abue­la esta vez?

– Abue­la – le expli­có Eduar­do, – ¡no es un pája­ro! Es una artis­ta cabal­gan­do sobre una pul­ga domes­ti­ca­da y dan­do sal­tos sobre ella.
– Tie­nes razón – repli­có la abue­la. – Aho­ra lo veo tam­bién.

El abue­lo había oído algo, pero no bien enten­di­do. Ape­nas la tra­pe­cis­ta se había incli­na­do con los aplau­sos del públi­co y sali­do de la are­na, pre­gun­tó: – ¿Qué aca­bas de decir, Eduar­do?
Y Eduar­do le expli­có: – Dije, que esta tra­pe­cis­ta esta­ba cabal­gan­do sobre una pul­ga domes­ti­ca­da y dan­do sal­tos con ella.
– ¿Que me estás dicien­do? – se extra­ñó el abue­lo. – ¡Esto no es lo, que yo he vis­to con mis pro­pios ojos!

 

Entre­tan­to otro artis­ta había entra­do cabal­gan­do de pie sobre el caba­llo y escu­pien­do fue­go.
– ¡Escu­cha, Eduar­do! – le pre­gun­tó la abue­la – ¿por qué este hom­bre tie­ne una len­gua tan larga?

¿Que os ima­gi­náis, que Eduar­do va a expli­car a la abue­la esta vez?

– Abue­la – expli­có – ¡no es un hom­bre! Es un dra­gón furio­so escu­pien­do lla­mas por la boca.
– Tie­nes razón – repli­có la abue­la. – Aho­ra lo veo tam­bién.

El abue­lo había oído algo, pero no bien enten­di­do. Ape­nas el vol­tea­dor se había sali­do de la are­na, pre­gun­tó: – ¿Qué aca­bas de decir, Eduar­do?
Y Eduar­do le expli­có: “Dije, que era un dra­gón furio­so echan­do fue­go por la boca.
– ¿Que me estás dicien­do? – se extra­ñó el abue­lo. – ¡Esto no es lo, que yo he vis­to con mis pro­pios ojos!”

 

Entre­tan­to otro artis­ta había entra­do hacien­do pino en los col­mi­llos de un elefante.

 

¿Qué habrá pre­gun­ta­do la abue­la miran­do este artis­ta sin reco­no­cer­lo bién?

– ¡Escu­cha, Eduar­do! ¿por qué este hom­bre arran­ca los col­mi­llos del pobre de elefante?

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

¿Y qué Eduar­do le habrá expli­ca­do a la abuela?

– Abue­la ¡no le arran­ca los col­mi­llos! ¡Levan­ta el ele­fan­te con sus brazos!

 

¿Y qué Eduar­do le habrá expli­ca­do­des­pués al abuelo?

 

Y de esta mane­ra Eduar­do pasó toda la fun­ción de cir­co inven­tan­do­se lo que pasa­ba en la arena.

Supon­go, que voso­tros os podéis ima­gi­nar lo, que pasó de ver­dad en la are­na, y lo, que Eduar­do expli­ca­ba, que pasa, a la abue­la, y que ha pasa­do, al abuelo.

 

Al aca­bar el cir­co, el abue­lo comen­tó a la abue­la: – ¡Es raro lo que hoy en día están hacien­do en un cir­co! En nues­tra juven­tud eran los leo­nes, que sal­ta­ban por un aro ardien­te. ¿Tu crees, que de ver­dad hoy en día lo hace el domes­ti­ca­dor?
– Pero sí – le con­tes­tó la abue­la. – Como yo lo he vis­to con mis pro­pios ojos.

– Pero que un acró­ba­ta cabal­ga en una pul­ga, esto no pue­de ser posi­ble.
– Pero sí – le con­tes­tó la abue­la. – Como yo lo he vis­to con mis pro­pios ojos.

– Pero que un ver­da­de­ro dra­gón actúa en el cir­co, esto es impo­si­ble. Un dra­gón es una figu­ra de fan­ta­sía, que en reali­dad no exis­te.
– Pero sí – le con­tes­tó la abue­la. – Como yo lo he vis­to con mis pro­pios ojos.

Se aña­den las ideas de los niños que más pre­gun­ta­ba el abue­lo a la abuela.

 

Entre­tan­to el abue­lo sos­pe­cha­ba, que ya no veía bien. Por eso al día siguien­te se fue al ocu­lis­ta y le expli­có, que sus ojos ten­drían que ser defi­cien­tes.
– ¿Por­qué le pare­ce eso? – pre­gun­tó el ocu­lis­ta.
– Mire, ayer en una fun­ción de cir­co, mi nie­to vio cosas, que yo no pudo ver. Pero  mi mujer las vio tam­bién.
– ¿Qué fue, que vie­ron ellos y Usted no las vio?
– Por ejem­plo un domes­ti­ca­dor, que sal­tó por un aro ardien­te.
El ocu­lis­ta se tuvo que rete­ner­se para no reír.

– ¿Y que mas han vis­to, que Usted no vio?
– Una tra­pe­cis­ta cabal­gan­do sobre una pul­ga o un ver­da­de­ro dra­gón escu­pien­do llamas.

Esto le pare­cía aún mas ridícu­lo al ocu­lis­ta, pero se calló. Se puso a exa­mi­nar la vis­ta del abue­lo y aca­bó dicien­do: – ¡Feli­ci­da­des! Usted man­tie­ne la vis­ta muy bue­na.
El abue­lo no oía bien. – ¿Qué me está dicien­do?
– Le estoy dicien­do, que Usted tie­ne muy bue­na vis­ta, – le gri­tó el ocu­lis­ta. – Pero tal­vez ten­dría que com­prar­se un apa­ra­to para oír mejor.
– No, no – con­tes­tó el abue­la. – Yo oigo lo que quie­ro oír. Pero me pare­ce, que nues­tro nie­to Eduar­do nece­si­ta unas gafas.

 

Mira ¡que cir­co mas raro!

Dibu­jos Horst Rudolph