¡Qué huevo tan duro!

Una cier­ta maña­na un mara­bú se esta­ba pasean­do al lado del río, cuan­do des­cu­brió un hue­vo entre las pie­dras de la ori­lla. Un hue­vo gigan­te, blan­co y redon­do.
– Me voy a tra­gar este hue­vo como desa­yuno, ‑ se dijo el mara­bú.
Fue hacia el hue­vo y lo gol­peó con toda la fuer­za de su pico. El pico le dolía, pero el hue­vo se que­dó ente­ro. No pue­de ser que no con­si­ga rom­per un hue­vo, ‑ pen­só el mara­bú -.Y vol­vió de nue­vo a picar­lo, pero tam­po­co lle­gó a rom­per­lo.
¡Ay, qué hue­vo tan duro!, ‑ gri­tó el mara­bú en la ori­lla del río sacu­dien­do la cabeza.

 

 

 

Un coco­dri­lo lo obser­va­ba des­de el medio del agua y le chi­lló al mara­bú: – ¡Debi­lu­cho!, ni siquie­ra sabes rom­per un hue­vo. Espe­ra, que te voy ense­ñar cómo se rom­pe.
Y el coco­dri­lo salió del agua, se acer­có al hue­vo, lo aga­rró entre sus man­di­bu­las y mor­dió con todas las ganas. Sus afi­la­dos dien­tes le dolían por la mucha fuer­za que hizo, pero el hue­vo tam­po­co se rom­pió.
¡Ay, qué hue­vo tan duro!, ‑ gri­ta­ron el mara­bú y el coco­dri­lo en la ori­lla del río, sacu­dien­do sus cabezas.

 

 

 

Pasó enton­ces un ele­fan­te, que los oía gri­tar, y les dijo: – ¡No tenéis ver­guen­za!. Nada hay más fácil que rom­per un hue­vo. ¡Apar­taos que yo os ense­ño cómo se rom­pe!
Se acer­có al hue­vo, levan­tó su pata delan­te­ra y la dejó caer de un gol­pe. Le dolía la plan­ta de su pie, pero el hue­vo tam­po­co se rom­pió.
¡Ay, qué hue­vo tan duro!, ‑ gri­ta­ron el mara­bú, el coco­dri­lo y el ele­fan­te en la ori­lla del río sacu­dien­do sus cabezas.

 

 

Los escu­chó el hipo­pó­ta­mo y les dijo mien­tras salía del agua: – ¡Qui­taos del medio, cobar­des! Obser­vad­me bien para saber como se rom­pe un hue­vo!
Se acer­có recu­lan­do y dejó caer sus gigan­tes­cas posa­de­ras sobre el hue­vo. Le dolía el culo, pero el hue­vo tam­po­co se rom­pió.
¡Ay, qué hue­vo tan duro!, gri­ta­ron el mara­bú, el coco­dri­lo, el ele­fan­te y el hipo­pó­ta­mo en la ori­lla del río sacu­dien­do sus cabezas.

 

 

Se les pre­gun­ta aho­ra a los niños qué otros ani­ma­les se acer­can y como bus­can a rom­per el hue­vo gigante. 

– Pue­de ser el león que lo aplas­ta con su pata;

 

 

 

 

-La jira­fa, que lo pone sobre su cabe­za para dejar­lo caer des­de la altu­ra sobre una piedra;

 

 

 

 

– el gori­la, que rom­pe una rama gor­da de un árbol para gol­pear el huevo;

 

 

 

 

– o el águi­la, que lo toma entre sus garras para dejar­lo caer des­de el cielo.

 

 

 

 

Espe­ran­do un momen­to se ani­ma a los niños oyen­tes a enu­me­rar cada vez a todos los animales. 

 

Final­men­te lle­gó atean­do una hie­na y miró a los ani­ma­les que rodea­ban el hue­vo y sacu­dían sus cabe­zas. Se acer­có susu­rran­do:
– ¡A ver qué espe­cie de hue­vo es este!
Los ani­ma­les le chi­lla­ron que se apar­ta­se. – ¿Cómo vas tú a con­se­guir lo que noso­tros no logra­mos?
Como la hie­na no se apar­tó, los ani­ma­les se reti­ra­ron, por­que no sopor­ta­ban el mal olor que dan las hie­nas. Enton­ces la hie­na olfa­teó el hue­vo. Pri­me­ro de un lado, des­pués del otro. Lo revol­vió en la are­na de la ori­lla y de un gol­pe empe­zó a reír­se a car­ca­ja­das. ¡Jaja­ja­ja!
– ¿Por qué te ríes como una idio­ta?,  ‑le pre­gun­ta­ron los demás ani­ma­les.
– Qué hue­vo tan raro!, ¿eh? Voso­tros sois los idio­tas. Es una pie­dra que las aguas del río mode­la­ron. Y voso­tros que­réis rom­per­la. ¡Jaja­ja­ja!

 

Los ani­ma­les, ridi­cu­li­za­dos, se enfa­da­ron, por­que habían con­fun­di­do una pie­dra con un hue­vo. El ele­fan­te cogió el hue­vo,… no, per­dón, la pie­dra y con su trom­pa la arro­jó al río.
– ¡Plasss, gluc, gluc, gluc…! La pie­dra desapareció.

Los ani­ma­les sin­tie­ron tan­ta ver­güen­za de no saber dife­ren­ciar entre una pie­dra y un hue­vo que se ale­ja­ron todos del río y des­de enton­ces no qui­sie­ron vol­ver más a este sitio. 

Adap­ta­ción de este cuen­to mara­vi­llo­so de Claus Claus­sen al modo par­ti­ci­pa­ti­vo de con­tar.
Dibu­jos Horst Rudolph v Rosa Müller-Gantert

Este cuen­to pue­de ser­vir muy bien para intro­du­cir el modo de narrar conjuntamente.

Cuan­do los niños pro­po­nen otro ani­mal que pre­ten­de de rom­per el hue­vo duro se pue­de dis­cu­tir y deci­dir como bus­ca a romperlo.

Al final de cada epi­só­dio se repi­te el refrán con­jun­ta­men­te aña­dien­do el nue­vo ani­mal a la cade­na de los ani­ma­les estupefactos.