Érase una vez una mujer pobre y su hija, que vivían juntas en una casita. La madre se pasaba todo el día hilando, la hija vendía las madejas en el mercado y con lo que ganaban compraban la comida justa y necesaria para no morirse de hambre.
Un día la hija marchó de nuevo a vender las madejas. Cuando llegó al mercado vió una cazuela tan encantadora, que no pudo resistirse a comprarla con el dinero que había ganado.
En cuanto llegó a casa, con la cazuela entre los brazos, la madre le chilló: – Pero tú estás tonta, ¿qué vamos a comer ahora? Se enfureció, pegó a la hija y echó la cazuela fuera, a la calle. Aquella noche se acostaron sin poder matar el hambre.
Al día siguiente una comadrona pasó por delante de la casa.
– ¡Mira qué cazuela tan encantadora! Me gustaría tenerla en mi cocina. No voy a dejarla aquí en la calle.
Y se la llevó a su casa, la limpió y se preparó con ella unos pámpanos rellenos.
Cuando se puso a comerlos llamaron a su puerta. La reclamaban para ayudar en un parto. – Me los comeré al volver – se dijo la comadrona y se encaminó a asistir a la parturienta.
Y qué hizo entonces la cazuela encantada? Se fue – tartara, tartara, tartara… – hasta la casa de las dos mujeres pobres y llamó a la puerta.
– ¿Quien es?
– ¡La cazuela!.
– ¿Qué me traes?
– ¡Pámpanos rellenos!
La hija levantó la tapa, cogió los pámpanos rellenos y se los comieron entre ella y su madre. Después echó la cazuela de nuevo a la calle.
Ese mismo día pasó la hija de un comerciante, vestida con un traje maravilloso y vió la cazuela.
– ¡Mira qué cazuela tan encantadora! Ni siquiera mi padre tiene una como esta en su tienda. No pienso dejarla aquí en la calle!
Puso la cazuela en la bolsa y se dirigió a su casa. Cuando por la noche se desvistió para dormir, colocó su traje maravilloso dentro de la cazuela.
¿Y qué hizo la cazuela encantada apenas la hija prendió en el sueño? Se fue – tartara, tartara, tartara… – con el traje de la hija del comerciante hasta la casa de la niña pobre para llamar a la puerta.
– ¿Quien es?
– ¡La cazuela!
– ¿Qué me traes?
– ¡Un traje maravilloso!
La hija levantó la tapa y descubrió un traje como nunca había visto hasta el momento. Se lo puso y se miró asombrada en el espejo. Después arrojó la cazuela de vuelta a la calle.
En estos momentos se les puede preguntar a los niños:
¿Quién más pasa, ve la cazuela y se la lleva consigo?;
¿qué hace con ella, qué cocina, qué guarda dentro?;
¿con qué vuelve la cazuela hasta la puerta de la casa?
A la otra noche pasó por delante de la casa un príncipe, que acompañado de su criado, buscaba solícito un lugar donde asearse. Vio la cazuela y exclamó:
– ¡Mira qué cazuela tan encantadora! Quedaría bien incluso en la mesa del rey. No voy a dejarla aquí en la calle!
Mandó al sirviente recoger la cazuela encantada y una vez en los baños se hizo lavar y afeitar por el sirviente. Finalmente, limpio y cansado, se sentó sobre la cazuela encantadora y adormeció. Entonces la cazuela se dilató haciendo sitio para el principe.
¿Y qué hizo la cazuela encantadora? Llevó al príncipe – tartara, tartara, tartara… – hasta la casa de la niña pobre.
– ¿Quien es?
– ¡La cazuela!.
– ¿Qué me traes?
– Un novio.
La niña levantó la tapa y de la cazuela salió un príncipe más hermoso que la luna llena. El príncipe miró a la niña, que estaba vestida de un traje maravilloso, y le pareció también más hermosa que la luna llena. Entonces le preguntó:
– ¿Quieres casarte conmigo?
¿Y qué créeis que contestó la niña?…
Hicieron fiesta durante cuarenta días y cuarenta noches. La niña ya no echó nunca más la cazuela a la calle, porque la cazuela encantada había realizado sus deseos y no necesitaba ninguna cosa más.
Adaptación del cuento turco „Das Töpfchen“ in: Pertev Naili Boratav, Türkische Volksmärchen, Berlin 1967, pp. 193-196
La marcha de la cazuela a la casa de la niña – tartara, tartara, tartara – se puede representar tambaleando las dos manos huecas.