El ladrón sinverguenza

Era­se una vez un ardi­lla, que había bus­ca­do nue­ces duran­te todo el oto­ño, para tener algo que comer en invierno. Este ardi­lla vivía en una cue­vi­ta en un árbol, y una noche, cuan­do esta­ba dur­mien­do se des­per­tó de un gol­pe oyen­do un rui­do extra­ño. Sonó como Pfoffft.
Bueno, se dijo el ardi­lla, pare­ce que alguien petar­deó. Y se dor­mía otra vez. Pero cuan­do se levan­tó al día siguien­te, se dio cuen­ta, que la tie­rra al pie del árbol esta­ba abier­ta y que le habían roba­do todas las nue­ces, que allí había escon­di­do para el invierno.
Fue furio­so y se dijo:
– Esto me ha hecho este indi­vi­duo, que petar­deó por la noche. ¡Pero te voy a encon­trar! Por­que se muy bien, como petar­deas. 
Y se puso al camino para encon­trar el ladrón de las nueces.

Se encon­tró con una gati­ta. Le pre­gun­tó: Me robas­te tal­vez mi depo­si­to de nue­ces?
– ¡Que va! Yo como rato­nes y bebo leche. Y fran­ca­men­te detes­to las nue­ces.
Esto le pare­cía muy sos­pe­cho­so al ardi­lla. – Enton­ces ¡que me petar­dees!
Como quie­ras. Y la gati­ta petar­deó. Sonó como Fffft.
No, no, dijo el ardi­lla, tu no robas­te mis nue­ces.
Y se fue su camino.

¿A quién encon­tró este ardi­lla ahora?

Aqui se pue­de pre­gun­tar a los niños a que ani­ma­les va encon­trar y ima­gi­nar este encuen­tro según los ya pre­sen­tat­dos.
Tam­bién se pue­de topar con un obje­to. Si un niño pro­po­ne sola­men­te a alguién o algo que el ardi­lla encuen­tra sin desa­rro­llar todo el epi­só­dio, el narra­dor lo completa. 

Se encon­tró con una caja, que habían deja­do allí en el camino.
Le pre­gun­tó a la caja:
¿Me robas­te tal­vez mi depó­si­to de nue­ces?
¿Pero que ya pue­de con­tes­tar una caja ton­ta y vacía? El hecho de no con­tes­tar pare­cía muy sos­pe­cho­so al ardi­lla, por eso le gri­tó: ¡que me petar­dees!
Hubo vien­to, y el vien­to levan­tó la tapa de la caja, que en segui­da se cayó otra vez sobre la caja hacien­do un soni­do como Sssssst.
No, no, dijo el ardi­lla, tu no robas­te mis nue­ces.
Y se fue su camino.

Se encon­tró con un carro de bebé, que la madre había deja­do allí a la som­bra.
Le pre­gun­tó al carri­to:
¿Me robas­te tal­vez mi depó­si­to de nue­ces?
Pero tam­bién el carri­to no le con­tes­tó nada. Al ardi­lla lo pare­cía muy sos­pe­cho­so, por eso le gri­tó: ¡que me petar­dees!
De su gri­to se des­per­tó el bebé y empe­zó a llo­rar. Sonó como Uaaahhh.
No, no, dijo el ardi­lla, tu no robas­te mis nue­ces.
Y se fue su camino.

Final­men­te se encon­tró con un mucha­cho en bici­cle­ta. ¡Y este mucha­cho esta­ba mas­ti­can­do nue­ces!
El ardi­lla le gri­tó: – ¿Me robas­te tal­vez mi depó­si­to de nue­ces?
¡Que idea mas rara! repli­có el mucha­cho. – Sabes, que yo detes­to nue­ces.
Y esto lo dijo son­rien­do y mas­ti­can­do, lo cual le pare­ció muy sos­pe­cho­so al ardi­lla.
Por eso le dijo: ¡A ver! ¡que me petar­dees!
¿Y sabéis lo que hizo este mucha­cho?
Tenía una boci­na en su bici­cle­ta y la apre­tó. Sonó como Tuuuut.
No, no, dijo el ardi­lla, tu no robas­te mis nue­ces.

El mucha­cho subió son­rien­do a su bici­cle­ta, y al levan­tar la pier­na para subir le salió un peto. Sonó como Pfoffft. Exac­ta­men­te lo, que el ardi­lla había oído en la noche.
– Sí, tu robas­te mis nue­ces, le gri­tó. ¡Vuél­ve­me­las! Si no, ten­go que pasar ham­bre.
Pero el mucha­cho se rió de car­ca­ja­das dicien­do: – Te obser­vé, cuan­do las pusis­te en la tie­rra y las exca­vé por la noche. Habrías de escon­der­las mejor. Están comi­das y te ase­gu­ro, que esta­ban deli­cio­sas.
Y se puso a marchar.

¿Que le que­dó a hacer enton­ces al pobre ardilla?

Si, que le que­dó algo para hacer. Sin que el mucha­cho se dio cuen­ta sal­tó al ces­to, que tenia en el por­ta­equi­pa­jes. Y así vol­vió con el mucha­cho a su casa.
Este dejó la bici­cle­ta en el gara­ge y fue a la casa a comer, pero el ardi­lla ya había sal­ta­do antes de la bici­cle­ta y se había escon­di­do detrás de un vie­jo arma­rio.
Cuan­do el ardi­lla esta­ba solo, salió y mor­dió en un neu­má­ti­co de la bici. Sonó como Ffffffffft. Pues al otro. Sonó como Ffffffffft. Y se escon­dió otra vez.

Poco des­pués vol­vió el mucha­cho para salir otra vez. Qui­se subir y se dio cuen­ta, que los neu­má­ti­cos esta­ban sin aire. Bus­có hin­char­los con la pom­pa, pero el aire esca­pó en segui­da. Sonó como Ffffffft. Miran­do des­cu­brió, que los agu­je­ros esta­ban mor­di­dos.
Enton­ces salió el ardi­lla y le dijo son­rien­do:  – Te ase­gu­ro, que tus neu­má­ti­cos saben deli­cio­sos.
El mucha­cho se cogió una pala, que había en el gara­je, para peguar al ardi­lla. Pero un ardi­lla es muy ágil y le esca­pó. En vez del ardi­lla tapó con­tra una estan­te­ría y todo lo había den­tro se cayó por tie­rra. Sonó como Tampatch­bum.

 

El abue­lo del mucha­cho escu­chó este rui­do y se vino al gara­je.  – ¿Pero que estás arman­do aquí? le gri­tó.
– Este ardi­lla me mor­dió mis neu­má­ti­cos, se que­jo el mucha­cho.
Pero el ardi­lla le gri­tó:
– ¿Y sabe, que me hizo éste? Me robó mi depó­si­to de nue­ces, y aho­ra ten­go que pasar ham­bre en invierno.

Enton­ces el abue­lo pro­pu­so al mucha­cho de repa­rar­le los neu­má­ti­cos, pero sola­men­te a con­di­ción que com­pre un saco de nue­ces en el super­mer­ca­do y lo entre­gue al ardi­lla.
De esta mane­ra el ardi­lla recu­pe­ró sus nue­ces. Pero esta vez mira­ba muy bien para que nadie le pudo obser­var escon­dien­do su ración de invierno. 

Dibu­jos Horst Rudolph